lundi, mai 28, 2012

"Um beso"


El “no” de la profesora retumbó en toda la clase. Quedaba poco tiempo para salir al recreo, y no quería que ninguno de los niños de primaria se distrajera antes de hora.

Pablo bajó su mano tímidamente y tratando de aguantarse las ganas, abrió su caja de lápices “alpino” y cogió el de color verde. Estaba ya muy desgastado, pero en su cabeza, la imagen de aquel bosque al atardecer se ampliaba. Comenzó a dibujar las copas de aquellos árboles que había visitado la tarde anterior, con sus padres. Le habían explicado quién había tenido la idea de pintar aquel “bosque de Oma”, y como se podía sentir la luminosidad de la naturaleza, no sólo en los colores que había puesto Ibarrola en los troncos de los árboles, sino en el conjunto en sí.

Pablo, a pesar de su corta edad, había sentido como el bosque le hablaba, y había esperado al día siguiente, para dibujar todo aquello. Después del dictado, con numerosas palabras con “b” y “v”, la profesora les había dicho que cogieran una hoja en blanco y usaran su imaginación, mientras ella corregía los exámenes.

Desde la cuarta fila, Pablo escuchaba murmurar a la profesora, rotulador rojo en mano, “delante de b y p, se escribe m”.

Tenía que sacarle punta a aquel lapicero verde, que ya no pintaba. Decidió coger el de color amarillo, y dibujar un gran sol, que iluminara todos sus árboles.

La campana anunciando el recreo sonó. Todos los niños se levantaron, y entre risas, cogieron sus abrigos para bajar al patio. La profesora llamó a Pablo, y a Eva, antes de que salieran por la puerta.
Había terminado de corregir los dictados, y su cara no anunciaba ninguna alegría. Les puso en su mesa sus dos hojas de papel, con las mismas faltas de ortografía.

“tanbién”, “conpartir”, “canpana”... Todas las palabras tachadas con el temido bolígrafo rojo de punta fina de la maestra.
Si no fuera porque Eva se sentaba dos filas delante de la de Pablo, se hubiera dicho que habían copiado. Cuando la maestra les preguntó si le podían dar alguna explicación, si el problema estaba en que no habían quedado claras sus explicaciones, Pablo sintió como sus pantalones se mojaban. Eva le guiñó un ojo al bajar la mirada, mientras le susurraba que no se preocupara. Y la maestra salió de clase para ir a buscar una toalla.

Pablo estaba rojo de la vergüenza, hacía un rato había levantado la mano para salir de clase e ir al baño, pero la profesora le había dicho que no. Y luego la pequeña reprimenda por las faltas en el dictado, no había hecho más que empeorar la situación.

Eva le dijo que la culpa era de la profesora, por no haberle dejado salir antes. Y que le había dicho que no. Pablo se sintió tan bien, al escuchar las palabras de Eva, que cogió el bolígrafo rojo, y dibujó pequeños corazones en todos los círculos y tachaduras que había en la hoja de Eva. No le importaba si le gastaba toda la tinta, o si luego le decían nada, Eva le había dicho la profesora que le había dicho que no, y que la culpa era de ella.

Eva me miró, se sonrío, y agarrándome de la mano, me llevó hasta mi pupitre, cogió mi bosque, y se lo llevó a su mesa. Abrió su estuche y cogió un lápiz verde, como el que yo había estado utilizando, y me pidió permiso para acabar con ese dibujo. Le dije que sí. Se sentó en el pupitre, y yo a su lado. La miré, estaba tan guapa. Le pregunté si quería ser mi novia, y me dijo que sí. Cerré los ojos, y me dio “um beso”.

Beso con “m” delante de la “b”.

Publicado por primera vez en Galatea.blogia.com, el 18 de enero de 2005

Libellés : , , , ,

mardi, mai 22, 2012

El encuentro de Zephyros con Juan


Rondaba el mediodía. En las ramblas, personas desocupada paseaba tomando el sol; otras, caminaban llevando bolsas o carpetas, con cara de enfado. Y otras pocas estaban sentadas en los bancos, viendo pasar el tiempo.

Zephyros, era uno de estos últimos. Había llegado hacía unos minutos. No tenía pensado quedarse allí, pero había visto a su prima Calima bajar por las montañas, y decidió esperarla.
Eso le permitió observar y escuchar. 

Un hombre acababa de llegar a las ramblas. Llevaba una caja de cartón, que transportaba en un carrito, una maleta y unas tablas. En unos pocos instantes, transformó estas últimas en una mesa de camping, de la maleta sacó unos cuantos libros, y de la caja de cartón, el resto de libros, más grandes.

Puso un cartel. Y se sentó en la jardinera, en frente de su puesto. De allí, con cara lánguida, dejó caer su cabeza entre las manos, y esperó.

En el rato que estuvo Zephyros allí, tan solo dos personas se acercaron. No llegó a ver si compraron o no. ¿Qué le habría llevado a estar allí? ¿Por qué vendería esos libros?

Zephyros consideraba cada libro que pasaba entre sus manos, un pequeño tesoro. Y cada vez que releía uno, descubría detalles que se le habían pasado por alto en una primera lectura. Y ¡su estado de ánimo! Si estaba alegre, leer una historia era diferente a leerla triste o enfadado.

Su duda se resolvió al escuchar a una chica hablar con el desconocido. Su tono de voz, vagamente familiar, preguntaba con extrañeza el porqué del puesto.

-Con los tiempos que corren, sin trabajo, y sin ninguna prestación económica por parte de la administración, he tenido que encontrar un método que me permita subsistir. No hago daño a nadie, puedo alegrar a alguien al poner parte de mi biblioteca a la venta, y gano unas “perrillas” con las que alimentar y cuidar a mi familia.

-Este libro tiene muy buena pinta. Pero me da pena que ya no lo puedas volver a leer.

-No te preocupes. Esto no es más que una situación pasajera. Estoy seguro que saldremos de este bache. Y cuando lo hagamos, volveré a leer este y otros muchos más.

-Me lo llevo entonces, pero vamos a hacer un trato. Como veo que eres un voraz lector, y piensas como yo, te voy a pagar este libro por el importe que pone en tu cartel, te voy a hacer toda la publicidad que pueda para que la gente venga a comprarte tus libros. Pero…

-Sí, ¿dime?

-Dentro de un mes, o de dos meses, o un año, el tiempo que tú me digas, quedamos en este mismo lugar. Al mediodía. Y te devuelvo tu libro.

-No hace falta, tú lo pagas, tuyo es.

-En ese tiempo, lo habré leído, y lo habré vuelto a leer. Pero como pasa con las plantas, o con los animales, los libros tienen vida propia, y son de sus dueños. Prometo cuidarlo. Y te veo dentro de un año, cuando toda esta crisis esté resuelta, y hayamos podido salir de este bache.

-Eres extraña, pero me gusta tu trato. Aquí, tienes tu libro.

-Gracias. Y suerte.

-A ti... Por cierto, me llamo, Juan. Juan de Maeztu.

Ella ya estaba lejos de Zephyros cuando le contestó.

Estaba tratando de aliarse con la escasa brisa que llegaba entre las hojas de los enormes arboles de las ramblas, cuando Calima lo saludó.

-Primo,¿ cómo estás? Qué alegría encontrarte en estas tierras. Hacía tiempo que no te veía bajar de las tierras del norte a estos parajes. ¿Qué te trae aquí?

-Calima, como siempre llegas sin avisar, y molestando un poco, ironizó Zephyros.

-Primo, te muestras tan frío como en tus adoradas montañas. Vive un poco la alegría de esta tierra. Yo vengo cada poco, aunque sólo puedo quedarme unos días. EL jueves por la tarde me iré. El fin de semana, Siroco quiere venir a la ciudad, y como comprenderás, no tengo muchas ganas de verlo. Ese sí que anda un poco loco.

-Pensaba que quién lo volvía loco eras tú, querida prima.

-No, no, Zephyros, cuando él viene, yo me voy. Es más enérgico que yo. No cabemos ambos en la misma ciudad.

-Claro, no recordaba que cuando hay tormentas de arena, las partículas con unas dimensiones muy heterogéneas, se precipitan las de mayor peso no muy lejos y continúan las más finas a grandes distancias transportadas por el viento Siroco en las Islas Canarias.

-La gente me califica, como un fenómeno meteorológico que consiste en la presencia en la atmósfera de partículas muy pequeñas de polvo, cenizas, arcilla o arena en suspensión. Pobres ignorantes. Me encanta verlos tan confundidos, quejándose de calor. Nunca saben qué quieren. Cuando aparezco yo, quieren que llegue Siroco o los Alisios, cuando estos están por esas islas, quieren que llueva. ¡Nunca se ponen de acuerdo!

Zephyros miró al joven que se acababa de levantar de la jardinera, y que comenzaba a recoger los libros de su mesa improvisada. Después giró la cabeza, y dándole un beso a Calima, se despidió de ella.

-Haz el favor de comportarte estos días, Calima. Por mucho que la gente no sepa que quiere, o se queje por el tiempo, merece unas estaciones ejemplares. Calor y tu presencia en verano, Siroco en septiembre, Alisios en primavera. Y ahora estamos empezando la primavera. Ya tendremos tiempo de cambiar períodos y espacios.

Y diciendo esto, siguió los pasos de Juan, no sin antes, dejar en el lugar que ocupaba el joven, tres rosas de distinto tamaño y tonalidad degradada.

Libellés : , , , , , , ,

Safe Creative #1401260111977