"Um beso"
El “no” de la profesora retumbó en toda la clase. Quedaba poco tiempo para salir al recreo, y no quería que ninguno de los niños de primaria se distrajera antes de hora.
Pablo bajó su mano tímidamente y tratando de aguantarse las ganas, abrió su caja de lápices “alpino” y cogió el de color verde. Estaba ya muy desgastado, pero en su cabeza, la imagen de aquel bosque al atardecer se ampliaba. Comenzó a dibujar las copas de aquellos árboles que había visitado la tarde anterior, con sus padres. Le habían explicado quién había tenido la idea de pintar aquel “bosque de Oma”, y como se podía sentir la luminosidad de la naturaleza, no sólo en los colores que había puesto Ibarrola en los troncos de los árboles, sino en el conjunto en sí.
Pablo, a pesar de su corta edad, había sentido como el bosque le hablaba, y había esperado al día siguiente, para dibujar todo aquello. Después del dictado, con numerosas palabras con “b” y “v”, la profesora les había dicho que cogieran una hoja en blanco y usaran su imaginación, mientras ella corregía los exámenes.
Desde la cuarta fila, Pablo escuchaba murmurar a la profesora, rotulador rojo en mano, “delante de b y p, se escribe m”.
Tenía que sacarle punta a aquel lapicero verde, que ya no pintaba. Decidió coger el de color amarillo, y dibujar un gran sol, que iluminara todos sus árboles.
La campana anunciando el recreo sonó. Todos los niños se levantaron, y entre risas, cogieron sus abrigos para bajar al patio. La profesora llamó a Pablo, y a Eva, antes de que salieran por la puerta.
Había terminado de corregir los dictados, y su cara no anunciaba ninguna alegría. Les puso en su mesa sus dos hojas de papel, con las mismas faltas de ortografía.
“tanbién”, “conpartir”, “canpana”... Todas las palabras tachadas con el temido bolígrafo rojo de punta fina de la maestra.
Si no fuera porque Eva se sentaba dos filas delante de la de Pablo, se hubiera dicho que habían copiado. Cuando la maestra les preguntó si le podían dar alguna explicación, si el problema estaba en que no habían quedado claras sus explicaciones, Pablo sintió como sus pantalones se mojaban. Eva le guiñó un ojo al bajar la mirada, mientras le susurraba que no se preocupara. Y la maestra salió de clase para ir a buscar una toalla.
Pablo estaba rojo de la vergüenza, hacía un rato había levantado la mano para salir de clase e ir al baño, pero la profesora le había dicho que no. Y luego la pequeña reprimenda por las faltas en el dictado, no había hecho más que empeorar la situación.
Eva le dijo que la culpa era de la profesora, por no haberle dejado salir antes. Y que le había dicho que no. Pablo se sintió tan bien, al escuchar las palabras de Eva, que cogió el bolígrafo rojo, y dibujó pequeños corazones en todos los círculos y tachaduras que había en la hoja de Eva. No le importaba si le gastaba toda la tinta, o si luego le decían nada, Eva le había dicho la profesora que le había dicho que no, y que la culpa era de ella.
Eva me miró, se sonrío, y agarrándome de la mano, me llevó hasta mi pupitre, cogió mi bosque, y se lo llevó a su mesa. Abrió su estuche y cogió un lápiz verde, como el que yo había estado utilizando, y me pidió permiso para acabar con ese dibujo. Le dije que sí. Se sentó en el pupitre, y yo a su lado. La miré, estaba tan guapa. Le pregunté si quería ser mi novia, y me dijo que sí. Cerré los ojos, y me dio “um beso”.
Beso con “m” delante de la “b”.
Publicado por primera vez en Galatea.blogia.com, el 18 de enero de 2005
Libellés : ciudad del viento, cuento, ella, Historias de colegio, niños
2 Comments:
Preciosa historia
Gracias
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