El viaje de la tristeza
Cuando la tristeza decidió abandonar la ciudad...
Recogió una maleta, que andaba perdida en su habitación, colocó un par de recuerdos en su interior, y sin coger revista o libro alguno para entretenerse, se despidió desde la ventana, en completo silencio. Cogió su impermeable marrón del perchero, una gorra a juego, y tras echar un último vistazo a lo que dejaba atrás, cerró la puerta.
Se marchó de incógnito, sin despedirse de las personas con las que había convivido en los últimos años, arrimada a las aceras, con la cabeza gacha, y paso rápido. No llevaba regalos a quién entregar en su próximo destino, ni fotos de aquellos que dejaba atrás. Su maleta con sus recuerdos eran lo único que la ataban a aquella ciudad.
Dependiendo del estado de ánimo que encuentre tras salir de la estación, volverá a presentarse en cualquier otra ciudad, en cualquier otra casa, ante cualquier persona que necesite de ella. Llamará a algún timbre, alguien le abrirá, y tras verle la cara, lloraran ambos un adiós improvisado. Poco le importará a la tristeza, que el día esté soleado, o lleno de niebla, su llegada siempre es imprevista. Y fingir que no existe es la peor solución. Pero la tristeza viene igual que se va, sin avisar. Sencillamente...
Se marcha.
P.S: Escrito y publicado por primera vez en galatea.blogia.com el 12 de septiembre de 2005.
Libellés : 150 palabras, galatea, historia, tristeza
1 Comments:
Me gusta ver marcharse a la tristeza, pero tambien me gusta saber que aun esta cerca, es bella, y es intima, y es para de mi, como tantas otras cosas.
Besos
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