Miradas con una hora menos
Echo de menos el frío. Tal vez no tanto el viento, que tantos quebraderos de cabeza me daba, pero sí la brisa fresca que alborotaba mi pelo por la mañana, o las primeras oleadas del cierzo de la noche, cuando paseabamos los chicos y yo.
Aquí hay calima, el polvo en suspensión del desierto, que llena días y días de media oscuridad, aunque la temperatura sigue siendo calurosa. Practicamente todos los días, parezco ir de verano. No termino de acostumbrarme, pero me gusta igualmente.
Echo de menos a la niña de mis ojos. Su obediencia, su simpatía y cariño. Sin embargo, no la recuerdo en sus últimos meses de vida, sino cuando era una "cahorruina", llena de vitalidad y alegría. Su recibimiento, cuando venía de la facultad. O ya, cuando comencé a trabajar, cuando venía a la puerta, tras un primer ladrido que anunciaba que me había oído llegar. El pequeño no es malo, está en una casa en la que le consienten todo. Tiene una compañera de piso, de juegos y paseo. Cuando están juntos, el tiempo pasa rápido. Es divertido ver como se deja morder las orejas, mientras tumbado, boca arriba, intenta darle con las patas.
Aquí hay calima, el polvo en suspensión del desierto, que llena días y días de media oscuridad, aunque la temperatura sigue siendo calurosa. Practicamente todos los días, parezco ir de verano. No termino de acostumbrarme, pero me gusta igualmente.
Echo de menos a la niña de mis ojos. Su obediencia, su simpatía y cariño. Sin embargo, no la recuerdo en sus últimos meses de vida, sino cuando era una "cahorruina", llena de vitalidad y alegría. Su recibimiento, cuando venía de la facultad. O ya, cuando comencé a trabajar, cuando venía a la puerta, tras un primer ladrido que anunciaba que me había oído llegar. El pequeño no es malo, está en una casa en la que le consienten todo. Tiene una compañera de piso, de juegos y paseo. Cuando están juntos, el tiempo pasa rápido. Es divertido ver como se deja morder las orejas, mientras tumbado, boca arriba, intenta darle con las patas.
Echo de menos a la familia. Aunque aquí tengo parte de ella, y la que puede ser mi futura familia. Los amigos nuevos, los compañeros de trabajo... Gente amable, interesante y con la que me siento a gusto. Pero... Los treinta segundos de la llamada de la tarde, escuchando la voz de mi padre, preguntando como estoy, si todo va bien, esa llamada es la que más añoro.
Cuando llamo, hago tres llamadas. La primera para él, mi mayor guía. La segunda para ella, mi tutora. La tercera para ellas, el cariño y la comprensión personificadas. Me basta hablar con estas personas, para entender que a pesar de los kilómetros, siguen estando tan cerca como siempre, si no más.
A pesar de todas estas añoranzas, y palabras que puedan sonar a lamento, Don Nicolás y Doña Pura, estoy muy bien. Los días pasan uno tras otro en muy buena compañía. Mi entorno más próximo me arropa y me mima.
Soy fuerte, y elegí por mí misma mi destino. Este que estoy viviendo. Aprovecho al máximo, la hora de más que le gano al día. Aunque no niego, que algunas veces, nubarrones asoman por mi mente, y me hacen pensar en gente que saqué de mi vida, en un pasado que, sólo de muy de vez en cuando, extraño. ¿Que será de esas personas? ¿Se acordarán de mí? ¿Dejé huella en sus vidas? En la mía, sí. Y como diría un amigo mío, por suerte o por desgracia lo hicieron.
El otro día, tal vez una casualidad, leyendo un libro, encontré la explicación de la expresión "los renglones torcidos de dios" (precisamente en el libro del mismo nombre, de Luca de Tena). Me acuerdo, Doña Pura que fue esa locución la que me dijiste cuando cambié mi rumbo, para designar precisamente que nada está escrito, y tal y como decía San Agustín:
Es mejor cojear por el camino que avanzar a grandes pasos fuera de él. Pues quien cojea en el camino, aunque avance poco, se acerca a la meta, mientras que quien va fuera de él, cuanto más corre, más se aleja.
Os dejo con esta reflexión, prometiendo ir a veros en cuanto tenga unos días libres. La ciudad debe estar ya preciosa con la iluminación de la navidad. Caricias a Fango y Nubarrón.
1 Comments:
Ayer pasé mucho frío. En el puerto de canencia, a más de mil metros de altura. Iba bien abrigado, pero la lluvia lo echó todo por tierra. Caló el chubasquero por una costura y acabó empapando la ropa que llevaba debajo. Los guantes también empapados, me los quité, pero con el aire, perdía sensibilidad en las manos hasta el punto de costarme manejar la cámara.
Y la niebla (meona, la llamamos así cuando es húmeda y lo moja todo) como un manto que roba la luz del sol ...
Hoy hace sol :P tócate las narices
Te mando un poquito de frío desde aquí, pero todavía no hace mucho.
Un saludo para quien más quieres, y besos a siro.
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