mercredi, février 08, 2006

Ruido blanco


A pesar de que uno no siempre lo percibe, frecuentemente estamos en ambientes llenos de ruidos y sonidos. Los sonidos son vibraciones que hacen que otras cosas se muevan.
Por ejemplo, una cuerda de guitarra puede vibrar con otra cuerda que está vibrando porque ha sido tañida. De hecho, ese es uno de los mecanismos que se usan para afinar una guitarra.
También los sonidos rebotan en los objetos, como la luz en los espejos.

Era un cálido domingo de agosto. Acabábamos de llegar a una calita escondida en el sur de la isla, cercana al aeropuerto. El océano era inmensamente azul, la arena blanca se escabullía fina, por entre mis dedos, y la Montaña Roja, nos vigilaba majestuosa, haciendo garabatos con el sol.

Posamos nuestras toallas en la arena, a una distancia prudencial del gentío que comenzaba a llegar, e inundaba ya las tumbonas azulonas y blancas, que hacen honor a los colores de la isla. Se sonrió para sus adentros, y tras quitarse la camiseta, dijo:
-“Ahora vuelvo.

Con calma, y curioseando ese lugar que se abría nuevo ante mis ojos, dejé que el sol comenzara a calentar mi cuerpo. Me bajé los tirantes del bikini rojo que llevaba puesto, y tras untarme un poco de crema solar, me tumbé.
Las manos delante de mí jugaban con la arena, amasaban, levantaban un pequeño montículo, se escondían, aparecían y se volvían a esconder.

Unos niños corrieron hacia la orilla, sus pequeños pies, al pasar cerca de donde estaba tumbada, llenaron la toalla y parte de mi rostro, de arena. Me incorporé para quitarme los molestos granos de arena, y busqué con la mirada a mi acompañante.

Apenas tres días antes, habíamos escrito nuestros propósitos en una servilleta de papel. Nuestro primer encuentro en el bar, junto a un café delicioso, unas risas sinceras, y unos planes... Que no nos iban a dejar ni un minuto libre. Una de las cosas que estaban escritas en ese papel era visitar esa playa.

-“Tranquila, la parte nudista está bastante escondida, iremos a una calita en esa misma playa, sin problemas.
-“Vas a decirme que vas allí y no te desnudas por completo?
-“Ya sé que tengo un cuerpo “cañón”, pero me da vergüenza dejar en ridículo a los demás.
-“No sé porqué, pero me imaginaba una contestación así.” –le había contestado entre risas.

Venía del agua, con algo entre sus manos. El sol me impedía mirar con detenimiento más allá, pero al acercarse, pude ver que no era más que una concha. Grande, y con piquitos, con un color entre dorado y crema, que resaltaba con el rosa claro del interior de la misma.

-“Me traes un regalo? Quieres que me ponga la concha de colgante? O mejor de sombrero?
-“No, tonta, el otro día, vine con mi hermano, estábamos jugando con las raquetas, y se nos fue la pelota al agua, me acerqué, y cercana a esas rocas, -decía, mientras señalaba un lugar con la mano-, la encontré. Nos la pusimos en la oreja, sabes? Como cuando somos unos niños, y queremos escuchar el mar, y escucha...

Me la tendió para que escuchara el sonido de su interior. Lo miré incrédula, ¿qué iba a escuchar, sino el sonido del mar?

Las caracolas eligen, dado su tamaño, forma y materialidad, algunos sonidos del entorno, y los mezclan produciendo un sonido similar al que produce el oleaje del mar. En otras palabras, los sonidos no vienen desde dentro de la caracola, sino del ambiente exterior.
Este sonido se conoce como ruido blanco, que es una mezcla de todos los sonidos (tal como la luz blanca es mezcla de todos los colores de luces).

Lo que escuché fue maravilloso. Podía escuchar el movimiento del mar, con las olas chocando en la Montaña Roja, debido a los fuertes vientos que corrían por la otra parte de la roca.
Y entonces me vi. Estaba de pie, encima de la Montaña Roja, que se sitúa a 170 metros por encima del nivel del mar, un par de gaviotas bajaban en picado hacia el agua, el sol se mantenía en lo más alto, la gente tumbada en la arena. Me asomé. Algo allá abajo me llamaba. Me acerqué un poco más al borde, para asegurarme. En efecto, entre las olas se distinguía una pálida figura, que asomaba uno de sus brazos por entre las aguas. Sonreía mientras nadaba de un lado a otro. Estaba a punto de saltar, doblé las rodillas, calculé el salto, pero justo en el momento de coger el impulso, dejé caer la caracola.

Estaba de nuevo sobre la toalla, él me miraba, esperando una respuesta que no venía, y yo, con una sonrisa, le dije que había encontrado un tesoro. Me contestó que ya lo sabía, y, cogiéndome de la mano, me llevó hacia el mar.

Realmente, un vaso o un jarro colocados en la oreja, también pueden remedar el sonido del mar. Dependiendo del tamaño, la forma o el material del vaso, se escucharán distintos "mares", así como caracolas de distintos portes y materiales nos harán oír distintos "mares" también.

Me quedé con la duda de saber si todo aquello no fue más que un sueño, producido por el calor que me había adormilado, y me había hecho soñar en cosas fantásticas, o si él realmente me había traído esa caracola.

A la mañana siguiente, en mi casa, un mensaje en el móvil... “Estoy en una calita escondida parecido al paraíso. Sólo faltas tú.”

2 Comments:

Blogger MarthePG said...

El principio.

7:40 AM  
Blogger soledad said...

Es preciosa la historia de amor, es precioso el sentir en mi oído el ruido del mar dentro de la caracola rosada.

El amor, las personas, los momentos mágicos, vamos guardandolos en nuestro corazón.

El leer este relato, lleno de sensaciones y emociones, me hace sonreir.

Transmites amor y tranquilidad.

(no sé si sé expresarlo bien, pero estoy muy contenta de volver a leerte).

besos.

8:47 AM  

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