Luces navideñas
Eran ya las ocho de la tarde, y la noche parecía querer cubrir con su oscuridad sin estrellas, las luces navideñas que relumbraban en las puertas de los centros comerciales, y de las pequeñas tiendas de barrio. Éstas, más modestas, no competían en luminosidad, con los grandes monstruos arquitectónicos, a los que acudía en masa, la mayoría de la gente, sino que, el ingenio y el arte eran la marca de cada tienda.
Las había que jugaban con dos o tres colores en todo el escaparate, llenándolo de cajitas de regalo, y lazos multicolor, en un exceso de vanidad y derroche de talento. Otras, dejaban entrever que la verdadera dulzura de la navidad se encontraba en el interior de cada persona, y de cada tienda.
La gran avenida principal tenía unas farolas de vértigo, con bombillas atravesadas a lo largo de los postes, pero de momento, no estaban encendidas. Así mismo, los árboles de esa calle, y adyacentes, también estaban recubiertas de lamparillas, como si quisieran envolver la desnudez de las ramas, desprotegidas ante el frío invierno.
Yo iba contemplando esto cuando me choqué de frente con unas notas que salían de un violonchelo alemán. La melodía me resultaba vagamente familiar. Me acerqué a la esquina, en donde el músico de pelo canoso, acariciaba las cuerdas del instrumento, a la par que taconeaba con uno de sus pies el suelo, buscando el ritmo de las corcheas. Delante de él, la partitura abierta por el centro, a la que no parecía prestarle atención, estaba cogida por dos pinzas a ambos lados, para que no se echara a volar si un golpe de viento decidía aullar. A uno de sus lados, el estuche del violonchelo quedaba abierto.
No me paré. Pero sí que reduje el ritmo de mi marcha. Es agradable encontrar de repente un momento mágico, en el que parece que todo tu alrededor se desvanece, cosas, personas e intenciones, y sólo te encuentras el músico con sus notas, y tú, de pie, embobado, en un lugar blanco, sin formas ni olores, sin presiones ni agobios.
Sólo cuando llegué a la tienda de Don Nicolás, descubrí el título y compositor de la melodía. Era Jean Sibelius , con su sinfonía nº5, en mi menor. Era uno de los compositores que mi madre me hacía escuchar cuando no levantaba más de medio metro del suelo.
-“Es una buena melodía para escuchar en estas fechas, ¿no te parece?”
Don Nicolás apareció por la puerta de la trastienda con un par de ovillos de lana. Me sonrió mientras los colocaba en una caja de cartón, decorada con motivos navideños.
-“Pensaba que te habías olvidado de esta humilde tienda, y de un servidor.” –me dijo mientras sonreía.
-“No, es imposible, don Nicolás. He estado atareada.”
-“Me imagino. Se te nota cansada.”
-“Debe ser el tiempo, que está muy inestable.”
Mientras me deshacía del abrigo, y lo colgaba en el perchero, él había vuelto a entrar en la trastienda. Desde allí, pude escuchar el “clic” de la cafetera, mientras tarareaba las últimas notas.
Cuando Don Nicolás apareció con dos tazas humeantes en la mano, yo ya me había sentado en la silla, y estaba mirando un catálogo de productos para poder hacer con lana, cuadros en punto de cruz, bufandas coloridas de lana inglesa.... Cuando él continuó la conversación:
-“¿El tiempo, dices? ¿El ambiental o el tuyo?”
-“¿Cómo?”
-“Sé que no te cojo desprevenida. El tiempo ambiental está frío, el viento que vuelve loco está presente casi todos los días, no hay prácticamente luz... Pero no creo que ese sea el motivo de tu cansancio.”
-“Le aseguro que no estaba tan cansada como quería dar a entender al entrar aquí. Pero creo que la calidez de la tienda, y sus palabras, me hacen quedarme al descubierto.”
-“¿Nadie te ha dicho nunca que tus ojos reflejan a la perfección lo que sientes en cada momento? Lo que dicen de que son el espejo del alma, en ti, jovencita, se cumple.”
Le di un sorbo al café humeante. Don Nicolás había puesto sobre la crema que sobresalía unos polvos marrones de chocolate, que hacían que el café estuviera más sabroso que de costumbre. A pesar de conocer a don Nicolás desde hacía tiempo, todavía me seguía maravillando su manera de observar las cosas, y comprender cualquier cosa que no se dijera.
Y realmente no estaba tan cansada. Las últimas noches habían sido cortas para mí, sí, dándole vueltas a mil ideas y pensamientos que se cruzaban, se entremezclaban, y estallaban. Tal vez los dolores de cabeza de la última semana no ayudaban. Pero estaba perfectamente bien de ánimo... ¿O no?
-“No te voy a preguntar directamente, tú misma decides si quieres contarme algo, o no. ¿Ya sabes que vas a hacer a finales de este mes?”
-“Sí, eso sí que lo sé. Llevo casi un año sabiéndolo. Y aunque no será lo que yo había imaginado, creo que será divertido, y en algún modo especial.”
-“No me puedo creer que “doña racional” tuviera los planes marcados ya desde hace un año.”
-“Don Nicolás, no diga eso. Los planes cambian, las personas también. Y era una oportunidad única, que no creo que vuelva a repetir. Sigo haciendo mis planes de un día para otro. No he cambiado tanto.”
-“Ya lo sé, guapa. Pero has cambiado, aunque tú no lo veas.”
Nubarrón asomó la cabeza por detrás del mostrador, bostezó y se acercó a los pies de Don Nicolás. Tras recibir una caricia entre las orejas, y escuchar el ronroneo del minino, éste se fue a buscar a su compañero de aventuras a la trastienda. Me dio el tiempo justo de comprender lo que él me había querido decir. Los cambios son evidentes para los demás, que te ven desde una perspectiva externa a ti. Don Nicolás estaba llegando allí donde muchos de mis amigos no habían llegado tras muchas conversaciones. Tal vez era hora de reconocer que comenzaba a sufrir una crisis personal. Que las metas que me había trazado un año atrás, comenzaban a aparecer, o desaparecer; que seguía siendo tan alocada como cuando era una adolescente, y que era incapaz de negarme a nada. Y eso era un acto de cobardía, según mi criterio.
-“No te des mal, preciosa. Doña Pura dice siempre que dios escribe con renglones torcidos. Pero yo creo que las cosas vienen y van, que suceden porque sí. Podemos buscar los propios cambios, y no encontrarlos. Podemos perder la perspectiva de nuestro camino, pero siempre hay algo, o alguien que nos saca adelante, y nos hace ver cual es el siguiente paso. Está de más preocuparse de antemano. Y creía que tú eso lo seguías severamente.”
-“Sí, sí, eso hago.”
-“Entonces, querida, sigue adelante con tus proyectos, si crees que realmente son los que necesitas, si estás decidida a hacer esos cambios, arriésgate. No dejes nunca que otros hagan tu camino. Y sonríe, que te ves bien hermosa.”
Le he comprado dos ovillos de lana a Don Nicolás. Y un par de agujas de hacer punto. Esta noche, al llegar a casa, me he puesto a tejer mi futuro.
1 Comments:
No sabes lo que he echado de menos eno pasear mas por la tienda de Nicolás
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