Almas gemelas
El único amor de su vida había fallecido una mañana de agosto, dejándola sola. Su vida se fue con él, sus recuerdos quedaron en la casa, y en sus manos, y en su cabeza, pero ella ya no volvió a pensar en su vida.Se aisló, envejeció, sus ojos dejaron de ver. La mujer alegre que todos habían conocido se iba consumiendo poco a poco. La vida, sin él, ya no tenía sentido.
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Cierto día, uno de sus nietos, encontró en una cafetería a la réplica exacta de su abuelo. Si no hubiera sabido que estaba muerto, habría jurado que se trataba de su abuelo. Tenía los mismos ojos azules, las mismas arrugas en la frente, las mismas manos fuertes y encallecidas.
Él era su abuelo, cuando estaba en vida. Y pensó, en esos instantes, en que uno de los regalos que le podía ofrecer a su abuela, era precisamente, el volver a ver a su marido.
Se acercó resuelto a pedirle ese favor.
Y él aceptó.
Se trataba de un hombre argentino, que había volado a España, para ver a sus nietas, y que en dos días, debía regresar de nuevo a su país. Escuchó la historia que Samuel, el nieto, le contaba, y de cómo su abuela había abandonado cualquier intento de salir adelante. Escuchó, y entendió el dolor de la buena mujer, los recuerdos que tenía ella, y no pudo negarse a visitarla.
En realidad, no sabía, si actuaba bien. Él quería creer que sí, que aportaría ilusión de nuevo a la vida de esa mujer, y que, tal vez, hablar con alguien que la entendiera podría ayudarla.
Quedaron para aquella misma tarde.
Cuando el hombre argentino, Matías, se acercaba por la calle al punto de encuentro, Samuel, que estaba ya esperándolo, volvió a pensar que eran la misma persona.
Matías caminaba de la misma manera, con una leve cojera en su pierna izquierda, pero con mucha sutileza, ayudado por un bastón. Giraba la cabeza, al sentir la luz del sol, de la misma manera que su abuelo, guiñaba los ojos, arrugando la nariz, y suspirando. Matías era su abuelo. Tenía que serlo. Al menos aquella tarde.
Cuando llegó al portal, le estrechó la mano a Samuel, y juntos se adentraron en la oscurecida entrada. Montaron en el ascensor, Samuel abrió la puerta de la casa, y dejó pasar a Matías.
Se acercaron al salón, donde la abuela estaba sentada, con la ciega mirada perdida en el horizonte.
Samuel se acercó a ella, y le dijo,
-“Mira a quien te he traído, abuela.”
Matías se adelantó un paso, se agachó, y cogió una mano de la señora, luego la otra, se las acercó a su rostro, y sin decir nada, dejó que ella, descubriera cada arruga, tan parecidas a las de su difunto esposo.
-“Eres tú! Mi amado esposo. Eres tú! Te he echado de menos.”
Samuel y Matías se miraron con tristeza, la señora había reconocido, tras cinco años de ausencia, a una persona idéntica a su marido, y... Tras unos minutos, quizás horas, de ilusión, volvería a quedarse sola.
Samuel comenzaba a pensar que la idea no había sido tan buena, pero su abuela estaba tan ilusionada, parecía volver a la vida de nuevo.
Tras unos minutos, Matías se levantó, y habló.
Le contó que él no era su marido, sino un hombre muy parecido a él. Le relató la idea de Samuel, de ir a verla, y de volverla a hacer feliz, durante unos minutos.
-“Volver a recuperar la vida.”, le dijo Matías.
La anciana se lo agradeció, tanto a uno como a otro. Y una vez se marcharon, comenzó a recordar toda su vida junto a su marido.
Al día siguiente, la abuela de Samuel había fallecido, pero tenía una inmensa sonrisa en su rostro. Por fin, iba a estar junto a su marido.
3 Comments:
Hermoso relato.. que bueno leer tus letras.
besos.
Ohhhh que bonito
Lo has recuperado del otro blog, para que no se lo coman las polillas, como diría melytta
Un beso
Este bonito post, tan bonito como muchas cosas que has escrito Martita me recuerda a la frase del final de Gattaca:
"Para haber luchado tanto por salir de este planeta, me está costando mucho dejarlo. Aunque dicen que cada molécula de nuestro cuerpo perteneció alguna vez a una estrella. Quizá no me esté yendo. Quizá este volviendo a casa"
Un beso, o mejor dos.
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