Ángel encogido de alas
Sabía que no encontraría nada. Los llevaba siempre vacíos. Pero aún así, metió las manos en sus bolsillos.
Y sacó un fino polvo. Una pizca de sueños... Una pizca de vida...
Era lo último que le quedaba. Qué hacer con esas diminutas partículas de sueños y esperanzas? Eran las últimas, las únicas. No quería desaprovecharlas. Podía esparcirlas sobre alguien más. Una persona afortunada. O sobre ella misma. Ella también tenía sueños. Y compartirlas?
Volvió a esconder el polvo en sus bolsillos. Lo guardó. Y abrió sus alas.
Tenía unas hermosas alas blancas y esponjosas, que había tenido que llevar encogidas en los últimos tiempos.
Voló y voló. Cruzó mares, alcanzó las nubes, y las dejó atrás, sobrepasó el cielo, y finalmente, se recostó en la estrella más brillante de todo el firmamento. Recogió sus alas, y abrigándose con ellas, comenzó a arrullarse. Cerró los ojos, y una tibia caricia, en forma de lágrima comenzó a recorrer su mejilla.
Una voz, dentro de ella, murmuró: “No debes llorar”.
Con rabia, abrió los ojos, y secó su lágrima. Una delicada lágrima plateada de soledad, de amor y de tormento, que se escapó de sus adentros.
Estaba cansada de tener la palabra adecuada para todos aquellos que le pedían ayuda; cansada de repartir esperanza, que muchas veces, flaqueaba en ella misma; cansada de escuchar historias, y no ser escuchada. Sus alas habían terminado encogiéndose debido a las cargas que soportaba. Y no estaba molesta por ayudar a los demás, al contrario, le encantaba, pero también necesitaba un poco de comprensión, otro poco de ternura, y unas palabras amables de agradecimiento.
Ayudar sí, a todo el que lo necesitara. Pero... ¿Y ella? ¿Nadie se daba cuenta que sus alas se encogían y que sus ojos reflejaban la tristeza, a pesar de la eterna sonrisa en su rostro? ¿Quién podría ayudarla a levantar?
Desde aquella estrella, podía contemplar todo el cariño que había repartido, toda la esperanza que había enviado, toda la comprensión que había entregado. El mundo seguía dando vueltas, no giraba a su alrededor, (casi) nadie la echaría en falta. Los pensamientos la agotaban, los sentimientos le impedían hablar. Estaba rendida, no quería volver. Tenía miedo.
Sólo había una posibilidad. Él podía hacerla regresar, y continuar con su labor. Y estaba allí, en un inmenso bosque de color, buscando la estrella más luminosa del cielo, y pidiendo que le ayudaran a continuar. Había amado tanto, que las pérdidas le hacían llorar. Su mirada envuelta en lágrimas, expresaba el sufrimiento. Y allí, empequeñecido por los árboles, levantaba su rostro, y buscaba en las estrellas, el susurro que tenía que traerle el viento.
Ella lo miraba, y dispuesta a realizar un último esfuerzo con sus alas encogidas, retomó el vuelo. Respetaría las distancias, a pesar de querer abrazarlo; musitaría bellas palabras, que él tendría que esforzarse en comprender; recogería parte de su dolor, con el único fin, de que él volviera a sonreír. Derramó una última lágrima, que ella secó con ternura. Brotó una sonrisa, extendió sus brazos, y la abrazó. La llenó nuevamente de vida, y de alegría.
Metió sus manos en los bolsillos, y sacando los últimos polvos de sueños e ilusiones, sopló sobre ellos, rociando el rostro de él. Acababa de compartir los restos de su alma con él.
La necesitaba, y ella a él también.
1 Comments:
compartir los restos de su alma, sumarle sueños e ilusión. Descansar en unos brazos cuando estas cansada, recibir amor, sentirse acariciado y querido. No pensar en uno, sino en otro.
Soledad, amor, tormento. Pueden ser dulces y compartidos.
Precioso relato romantico.
un beso.
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