Desmemoriado
Tardó dos meses en volver a entrar en la habitación donde ambos dormían. Su despedida fue suave y delicada. Pero tan inesperada como cruel. Volvió a ver la cama desde donde ella se despidió; la ventana por la cual, todas las mañanas, al descorrer las cortinas, descubrían la luz de un nuevo día; los cuadros pintados por ella, en todas las paredes del cuarto...
Una fina capa de polvo cubría los muebles. La chica que venía a limpiar la casa, dos veces por semana, tenía prohibido entrar aún en el cuarto, y lo único que le habían dejado hacer fue ordenar y recoger algunas cosas, al día siguiente del acontecimiento.
Juan no había conseguido reunir el valor suficiente de entrar hasta ese día. El calendario marcaba el final de mes. Aspas rojas cerraban los días anteriores. Ya no había notas, ni caras sonrientes, ni besos de carmín que lo saludaran por las mañanas. Sólo cruces rojas, que sólo indicaban que un nuevo día había pasado.
Esa mañana, no hubo señales que lo llevaran delante de la puerta, no hubo recuerdos que quisieran ser revividos en la media penumbra de la habitación, ni olores perfumados que lo atrajeran. Sólo la curiosidad movida por una firme promesa que se habían hecho al poco de conocerse. Era hora de conocerla mejor.
Esa mañana, no hubo señales que lo llevaran delante de la puerta, no hubo recuerdos que quisieran ser revividos en la media penumbra de la habitación, ni olores perfumados que lo atrajeran. Sólo la curiosidad movida por una firme promesa que se habían hecho al poco de conocerse. Era hora de conocerla mejor.
Al coger el pomo de la puerta, para voltearlo y entrar en la habitación, sintió un escalofrío caluroso que lo recorrió de arriba abajo. Trató de no mirar alrededor, se dirigió directamente al armario, en donde, cada uno, guardaba su caja “de los tesoros”.
Se trataba de una caja de madera, de un tamaño importante; la de ella, tallada con flores imposibles, y la de Juan, con la silueta de una mujer, la de ella. Ninguno de los dos había puesto candado, ya que confiaban el uno en el otro, y poco podía importar que lo vieran solos o los dos juntos. Guardaban todo aquello que les parecía especial e importante de recordar en un futuro.
Cogió la caja de ella, y la llevó a la biblioteca. La dejó sobre su mesa. Y tras seguir con sus dedos las siluetas de las flores talladas, la abrió, no sin antes, contemplar detenidamente la foto de ella, que sonriente, lo observaba desde una de las estanterías.
Y lo primero que Juan, el Loco, encontró en la caja, fue una hoja de su cuaderno de dibujo. No estaba rasgada, tampoco estaba arrugada. A carboncillo, había dibujado una de sus flores preferidas, y un poema: “desmemoriados”. Al darle la vuelta para ver si había continuación, encontró una de las primeras notas que iría descubriendo de ella.
“Nunca te olvidaré, Juan. Aunque los recuerdos cambien, y la memoria falle.”
“Nunca te olvidaré, Juan. Aunque los recuerdos cambien, y la memoria falle.”
Juan leyó el poema de su, por siempre, enamorada, y no pudo evitar que las lágrimas nacieran a cada palabra que leía.
Si me ves llorando y gritando a voces,
Por el silencio amargo y la confusión etérea.
Si me ves mordiéndome las uñas
Mientras escucho con atención los ruidos.
Si me ves rondando por las esquinas,
Buscando una sombra que se asemeje a tu recuerdo.
Si me ves sentada, frente a una hoja en blanco,
Escribiendo con palabras nerviosas,
Tratando de encontrar la palabra exacta
Que me lleve hasta ti.
Si, algún día, me encuentras por la calle,
Y te paras a hablar de la luz,
Como si fuera una extraña
Y te asusta no recordar mi rostro,
Pero si mis palabras.
Si me ves borrándome en el viento de tu camino
Poco a poco, difuminándome por tus espaldas.
Un día sí, y otro también.
Las sombras, delgadas figuras que te siguen
La hoja arrugada arrastrada por el viento
Te encuentro yo y me encuentro a la vez...
Desmemoriados.
Por el silencio amargo y la confusión etérea.
Si me ves mordiéndome las uñas
Mientras escucho con atención los ruidos.
Si me ves rondando por las esquinas,
Buscando una sombra que se asemeje a tu recuerdo.
Si me ves sentada, frente a una hoja en blanco,
Escribiendo con palabras nerviosas,
Tratando de encontrar la palabra exacta
Que me lleve hasta ti.
Si, algún día, me encuentras por la calle,
Y te paras a hablar de la luz,
Como si fuera una extraña
Y te asusta no recordar mi rostro,
Pero si mis palabras.
Si me ves borrándome en el viento de tu camino
Poco a poco, difuminándome por tus espaldas.
Un día sí, y otro también.
Las sombras, delgadas figuras que te siguen
La hoja arrugada arrastrada por el viento
Te encuentro yo y me encuentro a la vez...
Desmemoriados.
Libellés : amor, ciudad del viento, ella, flor, historia, juan maeztu, loco
3 Comments:
Triste y romántico:
¡porqué ella lo dejo?
no, no... quiero un amor posible, quiero que ella esté junto a él, y que ninguno sea desmemoriado, que ambos sonrian, se abracen, se besen. Que mirén hacia el horizonte juntos.
besos.
Fuzzy, ella no lo quería dejar, simplemente se dejó llevar por la enfermedad... Pero eso, lo descubrirás en futuros posts.
:D
Me he emocionado.... (todas las despedidas son tristes y más si hay otros factores de por medio)
Me encanta verte volver a escribir (como el ave fenix, que resurge de sus cenizas)
Voy a leerme el resto de entregas, seguro que algo se me ha escapado
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