vendredi, août 18, 2006

La vuelta de Juan


Juan permanecía callado mientras los segundos caían lentamente por las paredes. La biblioteca donde solía refugiarse en las cálidas noches de verano estaba sumida en una oscuridad controlable, sólo rota por la luz de una brillante luna anaranjada que entraba por la ventana como si de un candil se tratara.
La bandeja de plata descansaba sobre la mesa, la jarra, ahora vacía, parecía reírse de su soledad.

Un susurro se escapó desde el jardín...

-“Imagina una nueva historia.”

Juan Maeztu se giró hacia la ventana, guiñó los ojos para intentar atravesar el manto de estrellas, y poder ver la persona que había susurrado esa frase.

-“¿Qué historia? No tengo ninguna más que contar, ni cuentos que escribir, ni imaginación a la que acudir... Desde que ya no estás aquí. ¿De qué me sirve seguir escribiendo si no siento tu respiración en mi cuello, mientras apruebas las palabras que van saliendo de mi mano? ¿Si no te veo enfrente, con tu cabello despeinado, mientras dibujas con el lápiz, y te giras con cuidado para verme trabajar, tratando de que no me dé cuenta? ¿Si sé que al volver a casa ya no estarás en la puerta con esa sonrisa que iluminaba mi mundo, dispuesta a escuchar mi día? Decidme noche, luna y estrellas, ¿de qué me vale seguir escribiendo, si ella ya no está, y era todo cuanto quería? Quiero sus risas, su presencia, sus manos y su mirada. No puedo escribir si no la siento aquí, si no la tengo conmigo.”

-“Ella sigue ahí. Contigo. Está en ti, en tus gestos, en tus recuerdos; en la imagen que ves reflejada en el espejo cada mañana; en el aroma de las sábanas, cada vez que te acuestas; en el polvo de las fotografías; en la brisa que te recorre la espalda por la noche... Basta con que creas en ella, y en ti.”

-“Loco me llaman, pero era debido al viento que recorre esta ciudad. Loco debo estar, si la oigo a cada paso que doy, si la percibo a mi lado, si la escucho hablar y susurrar que siga escribiendo. Loco sí. Pero loco de amor, loco por recorrer el sendero que me lleve a ella de nuevo.”

-“No seas impaciente, Juan, y escribe. Plasma en el papel cada historia que veas con tus ojos, cada historia que escuches, cada historia que sientas que tienes que escribir. Escribe porque ese es tu mejor tesoro, y la manera de mantenerla viva junto a ti.”

Juan volvió a sentarse en su sillón, frente a la gran mesa de madera de caoba. Se llenó el vaso con el agua que reposaba todavía en la jarra. Alineó las hojas de papel, abrió su pluma, la probó y comenzó a escribir el nacimiento de su mayor locura. Las historias de la Ciudad del Viento.

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