dimanche, octobre 22, 2006

Crato, el pirata


-“Qué haces, Juan?

La pequeña Eva asomó la cabeza por la puerta de la habitación, donde Juan, de pie frente a la ventana, recitaba un poema.

-“Estoy aprendiendo una historia para la profe.
-“Me la cuentas?
-“Claro!

Eva se sentó sobre la cama, dando palmadas de alegría, mientras Juan buscaba en uno de los cajones de la mesa un dibujo que había hecho esa misma mañana en el colegio.

La historia es de piratas, -comenzó-, de esos que llevan parches, y patas de madera, que tienen un loro sobre el hombro, y que buscan muchos tesoros, para esconderlos. Además tienen muchos barcos, y son como los dueños del mar.

-“Hala!

El pirata de la historia era muy malo, muy malo, muy malo, y muy gordo, muy gordo. Vestía ropas lujosas, llevaba al cuello una cadena de oro con una cruz de diamantes y lucía un sombrero ancho con una pluma roja. De su cinturón, colgaba una espada muy grande. Había asustado a mucha gente, y les había robado muchas joyas, de muchos colores. También se había enfrentado a otros piratas, que le habían tenido que dar sus barcos, como recompensa.
Sabes? Un día, que había conseguido un buen botín, llegó a una isla enorme, con mucha arena amarilla en las playas, y muchas palmeras, con cocos, y monos, y más loros, y se le ocurrió hacer un castillo.
Era un castillo muy grande, con muchas puertas y ventanas, con torres, desde donde podía ver todo el mar que rodeaba la isla, y así, cuando veía que un barco de los grandes, pasaba por allí, ordenaba a sus amigos piratas, que lo robaran, para conseguir más tesoros.
Luego, se divertía escondiendo sus tesoros debajo de la arena, y dibujaba unos planos, con una gran cruz, para jugar, cuando estaba aburrido, y no pasaba ningún barco, a la búsqueda de tesoros.
Pero, Crato, -el nombre del pirata era un tramposo, y claro, como él había escondido los tesoros, siempre sabía donde buscar.

Aparte del castillo, también hizo construir muchos barcos, para sus amigos los piratas de la isla, para que le buscaran su mayor tesoro.

-"Y cuál es, Juan?"
-"Escucha."

El pirata Crato, que era muy malo, muy malo, y muy gordo, muy gordo tenía un sueño. Cuando era pequeño, su mamá le daba caramelos, de esos que tanto nos gustan, Eva, y él se pasaba todas las tardes, mirando sus caramelos, ordenándolos por colores, y luego se los comía, chupándolos muy despacio, porque sino se gastaban.
Pero cuando se hizo mayor, su mamá ya no le dio caramelos, y él no sabía donde encontrarlos. Así que se hizo pirata, para poder tener tesoros y comprarse caramelos.

Cuando construyó todos los barcos, y tuvo muchos cofres con monedas de oro, les dijo a sus amigos piratas, que le buscaran caramelos, que él les daría muchas monedas de oro, si le traían sus caramelos favoritos.

-“Jou, jou, -decía con una voz grave y profunda-, quiero que me traigáis caramelos, muuuchos caramelos y de muuuchos colores.

Muchos piratas salieron de la isla, en los grandes barcos con velas blancas, y bandera negra que habían construido. Eran piratas muy grandes y fuertes, tenían los ojos brillantes, y cara de enfadados, que querían ser recompensados con las monedas de oro, que Crato les había prometido.

Pero entonces, nosotros llegamos a esa isla.

-“En delfín?
-“Vale!

Estuvimos trepando a los árboles, y jugamos con los monos, y un loro de color rojo y blanco nos estuvo siguiendo, diciendo “aaarrrhhh, aaarrrhhh, niños, aaarrrhhh, aaarrrhhh, caramelos.

Y nos encontramos con Crato, el pirata malo y gordo, que nos miró con cara alterada, y nos dijo que le diéramos los caramelos que teníamos. Tú le dijiste que no, que eran tuyos, y que su mamá le comprara a él otros. Pero entonces, se enfadó mucho, y le comenzó a salir mucho humo por la cabeza, y le dijo al loro de color rojo y blanco que fuera a buscar a los otros piratas, que él quería tus caramelos.
Y entonces, yo saqué mi espada, para defenderte, y que no te quitara los caramelos, y los asusté a todos, y nos fuimos corriendo otra vez hacia la playa, y saltamos al agua, y llamamos a los delfines, para que nos llevaran a nuestra playa.

Juan, que haces con ese papel sobre la cabeza? Y que haces tumbado en el suelo? Y porque has deshecho la cama? Que hace el edredón encima de la mesa? Juan, ordena tu habitación ya mismo, y baja a cenar. Que ya eres mayor para jugar a piratas.

Juan se quitó el sombrero de papel de su cabeza, mientras le susurraba a Eva que no dijera nada, que su mamá estaba muy enfadada, y que otro día, le contaría la historia de una princesa, que era como ella, y que siempre sonreía.

vendredi, octobre 20, 2006

El juguete de Fango


Cuando abrí la puerta, Fango vino a la carrera a chocarse contra mis piernas. Pensé que quería una caricia, pero justo cuando reconocía la pieza de Elvira Madigan de Mozart, se escabulló detrás de la papelera de la entrada. Y volvió a salir, con un ratón de juguete atrapado entre sus dientes. Se acercó de nuevo a mí, y me dejó su juguete a mis pies. Entonces sí que se dejó acariciar. Lo escuché ronronear al compás de la melodía, mientras arqueaba su lomo, y se movía de un lado a otro.

Cuando alcé la vista, Doña Pura me miraba desde la puerta de la trastienda, con una caja de cartón, de la cual salían varios objetos, que nada tenían que ver con la Tienda de Hilos.

-“Nicolás no tardará en volver.”
-“No importa, también venía a verla a usted.”
-“¿Cuánto hace que no vienes? Por lo menos desde principio de diciembre, ¿no?
-“Tiene buena memoria, doña Pura. No he tenido demasiado tiempo. Espero que recibieran mi carta.”
-“¡Oh, si! Por supuesto. Nicolás te ha mandado un regalo por correo, no creo que tardes en recibirlo.”
-“No sé que decir.”
-“Dime sólo si hoy quieres té o café.”
-“Un té me vendrá bien.”

Nubarrón también se había acercado a la mesita en donde ya había dejado mi abrigo. Se subió de un salto a la otra silla, después a la mesa, y tras contemplar desde lo alto a su compañero entretenido con el ratoncillo, estiró sus patas delanteras y se vino a sentar a mis rodillas.

Justo en ese momento, unas campanillas sonaron, y Don Nicolás apareció por la puerta. Mozart retomaba las notas más conocidas de su allegro. Y sonriendo se acercó a mí.

-“Permíteme que te dé dos besos hoy.”
-“Por favor, Don Nicolás, si no necesita ningún permiso.”
-“Creo que sí lo voy a necesitar... Nubarrón, ¿me permites acercarme a nuestra invitada?”

Las orejas levantadas de Nubarrón parecieron moverse, y mientras brincaba hacia el suelo, me dio la impresión que le hacía una reverencia a Don Nicolás. No le di mayor importancia en ese momento, y me levanté para saludar a mi querido personaje.

-“¿Cómo lo has pasado en Viena?”
-“Maravillosamente bien. Como era de esperar.”
-“Has empezado bien el año, ¿verdad?
-“Sí, no podía haber sido mejor.”
-“Ya te lo decía yo, ya te lo decía...”

-“¿Qué le decías a la niña?”

Doña Pura apareció con una bandeja, en la que había dos tazas, un azucarero y la tetera. La dejó sobre la mesa, y tras guiñarle un ojo a Don Nicolás, esperó la respuesta de éste.

-“Señora, señora, es usted demasiado curiosa.”
-“¿Acaso no me lo va a contar, mi querida pesadilla?”
-“Le decía que presiento que este año va a ser un buen año para ella. Tal vez su mejor año.”

Doña Pura echó el agua en la taza, y respondió...

-“Don Nicolás, comienza usted a envejecer. Venga a sentarse con la muchachita y a tomar una buena taza de té, que le calentará los huesos y sus pensamientos.”
-“Pero mi señora, ¡si lo estuvimos hablando el otro día!”
-“Lo sé, lo sé, pero antes hay que calentarse.”

Fijó su mirada en mí, me cogió una mano, y mientras la acariciaba, me confirmó que ambos habían sentido que este año que acababa de empezar iba a ser un buen año.

-“¿No has pensado que tal vez te lo merezcas?
-“Dona Pura, Don Nicolás, son ustedes demasiado buenos conmigo. Todavía me quedan muchas cosas por hacer, antes de merecer cosas buenas.”
-“Las mereces, las mereces, -dijo Don Nicolás- y sino, espera y verás.”

Doña Pura desapareció de nuevo en la trastienda tras recoger otra caja del mostrador.

-“Esta niebla es fantasmagórica a estas horas de la tarde. Penetra en los huesos, y doña Pura tiene razón, ya no tengo edad para pasar demasiado tiempo en la calle.”
-“No diga eso, además, dentro de nada, ya estamos de nuevo en primavera.”
-“Jaja, te veo tan optimista como siempre, guapa.”
-“Ya sabe, es mi año.” –le contesté con una pizca de ironía.
-“No lo dudes, mi niña, no lo dudes.”

Nos quedamos en silencio, mientras Don Nicolás removía el contenido de su taza lentamente. Nubarrón y Fango, en el centro de la tienda, se entretenían pasándose el ratón de juguete. Fango se movía de un lado a otro con impaciencia, mientras le bufaba a un tranquilo Nubarrón, que tumbado en el suelo, movía con la pata delantera al ratón.

Sobre el mostrador unos cuantos ovillos de lana, en un estudiado desorden y unas cuantas agujas de tejer. Supuse que algún cliente anterior, había pedido unas agujas para hacer, ¿quién sabe? Una bufanda multicolor, o una pequeña funda para guardar pañuelos.

-“¿Por qué Mozart?”
-“No lo sé.”
-“Pensé que la primera música que sonaría después de tu viaje sería Strauss.”
-“Mozart era un genio.”
-“Un detalle sin importancia... Aunque... Eso reafirma mi teoría.”
-“Prometo, Don Nicolás, volver a final de año, y comentarle si tenía razón.”
-“Espero, querida joven, que no solamente vengas a final de año.”
-“Mmm, depende de cuanto tarde en tejer un jersey.”
-“¿Colores?”
-“Vivos.”
-“Te voy a dar dos ovillos de mi mejor lana. Y guardaré un tercero para que tengas una excusa para volver.”
-“¿Me hace trampas, Don Nicolás?”

No contestó. Sacó dos ovillos de debajo del mostrador, y los dejó sobre él. Me acerqué a mi vez, y tras tocarlos, consideré que era la lana más suave y agradable que nunca había tenido entre mis dedos.

-“Todos envejecemos y perdemos los recuerdos que amamos. Mientras la memoria persista, no olvides quién eres, ni lo que deseas.”

Realmente no supe a qué se refería hasta que llegué a casa y realicé un repaso mental a mi día. Don Nicolás es un genio, agudo y con un sexto sentido para las cosas de la vida. Aún así, me resistía a creer en lo que me había contado, pero me puse manos a la obra, quería aceptar su mensaje.

Antes de irme, le comenté a Don Nicolás, la reverencia que le había hecho Nubarrón, al entrar él a la tienda. Me dijo que seguramente mi vista me habría engañado. Pero Doña Pura, que ya recogía las cosas en la trastienda, comentó que no era la primera vez que lo hacía con él.
-“Como si le tuviera un respeto fuera de lo común.”

Carta a Don Nicolás


Querido Nicolás,


El invierno comenzó el día 21. Desde entonces, no ha dejado de helar todas las noches, como si se hubieran puesto de acuerdo el tiempo y la ciudad. La radio anunció que el fenómeno meteorológico se llama cinarra. Seguro que tú lo sabías. Se trata de nieve menuda en forma de gragea. Tal vez no sea suficiente para hacer grandes muñecos de nieve, o deslizarse por el parque con los trineos de los niños, pero cubre todo de blanco.

Por las mañanas, el suelo, los árboles y los coches tienen un fino manto de nieve y hielo. El vaho que exhalo no consigue derretir la fina lluvia de nieve que cae delante de mí. Y no hemos conseguido subir de los 3 grados bajo cero durante el día. Imagínate el frío durante la noche, y más si sopla el viento. La luz parece haber desaparecido, y lo único que ilumina algo las aceras son las luces de colores de los escaparates. Aunque a las 7 de la mañana, la oscuridad es total, haya o no niebla.

Estas son fechas “entrañables”, según la gente. Parece que todos se han vuelto buenos y amables, pero sé que en el fondo, y pasados unos días, todo volverá a ser como siempre. Se olvidaran de los problemas ajenos, y volverán a encerrarse en los suyos propios. Dejaran de sonreír o de escuchar atentamente lo que otros les cuentan. Volverá la hipocresía que tanta rabia me da, y aquí no ha pasado nada. Salvo el frío que cala los huesos.

Te preguntarás el porqué te escribo una carta, en vez de hacerte una visita. O porqué te cuento lo del tiempo, si tú vives en la misma ciudad. Te aseguro que me iba a pasar por la Tienda de Hilos , antes de irme de viaje y tomar un café bien caliente en tu compañía, pero los últimos acontecimientos en la familia me han impedido acudir y felicitarte las navidades de viva voz. No sé muy bien como va todo, porque ha sido todo muy rápido. Y sinceramente, apenas quiero pensarlo. No lo considero justo. Ahora se me vienen a la imaginación, tus ovillos de lana virgen, de vivos colores, y que parecen interminables. Recuerdo que el color que más me llamó la atención fue el rojo. Te comenté que parecía tener un brillo especial. Y tú te reíste y dijiste que no era más que lana. Pero ambos sabemos, Don Nicolás, que era más que una metáfora. Sólo espero que ese ovillo siga teniendo su magia, aún cuando parece que no brilla tanto estos días.

Ya te contaré más detalles cuando vaya a verte.

Te envío un pequeño regalo con la música que estoy escuchando. Es Schubert, y la pieza es un quinteto para piano: “La trucha”, aunque mi madre siempre me lo ha dicho en francés: “La truite”. La primera pista es un andante de algo más de siete minutos, así que, siguiendo tus ideales, dentro de la tristeza, (de la pieza, de la vida) siempre hay una pequeña esperanza de un día mejor.


Cuídate, y dale recuerdos de mi parte a la señora Pura.
Feliz año nuevo.

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Luces navideñas


Eran ya las ocho de la tarde, y la noche parecía querer cubrir con su oscuridad sin estrellas, las luces navideñas que relumbraban en las puertas de los centros comerciales, y de las pequeñas tiendas de barrio. Éstas, más modestas, no competían en luminosidad, con los grandes monstruos arquitectónicos, a los que acudía en masa, la mayoría de la gente, sino que, el ingenio y el arte eran la marca de cada tienda.

Las había que jugaban con dos o tres colores en todo el escaparate, llenándolo de cajitas de regalo, y lazos multicolor, en un exceso de vanidad y derroche de talento. Otras, dejaban entrever que la verdadera dulzura de la navidad se encontraba en el interior de cada persona, y de cada tienda.

La gran avenida principal tenía unas farolas de vértigo, con bombillas atravesadas a lo largo de los postes, pero de momento, no estaban encendidas. Así mismo, los árboles de esa calle, y adyacentes, también estaban recubiertas de lamparillas, como si quisieran envolver la desnudez de las ramas, desprotegidas ante el frío invierno.

Yo iba contemplando esto cuando me choqué de frente con unas notas que salían de un violonchelo alemán. La melodía me resultaba vagamente familiar. Me acerqué a la esquina, en donde el músico de pelo canoso, acariciaba las cuerdas del instrumento, a la par que taconeaba con uno de sus pies el suelo, buscando el ritmo de las corcheas. Delante de él, la partitura abierta por el centro, a la que no parecía prestarle atención, estaba cogida por dos pinzas a ambos lados, para que no se echara a volar si un golpe de viento decidía aullar. A uno de sus lados, el estuche del violonchelo quedaba abierto.

No me paré. Pero sí que reduje el ritmo de mi marcha. Es agradable encontrar de repente un momento mágico, en el que parece que todo tu alrededor se desvanece, cosas, personas e intenciones, y sólo te encuentras el músico con sus notas, y tú, de pie, embobado, en un lugar blanco, sin formas ni olores, sin presiones ni agobios.

Sólo cuando llegué a la tienda de Don Nicolás, descubrí el título y compositor de la melodía. Era Jean Sibelius , con su sinfonía nº5, en mi menor. Era uno de los compositores que mi madre me hacía escuchar cuando no levantaba más de medio metro del suelo.

-“Es una buena melodía para escuchar en estas fechas, ¿no te parece?

Don Nicolás apareció por la puerta de la trastienda con un par de ovillos de lana. Me sonrió mientras los colocaba en una caja de cartón, decorada con motivos navideños.

-“Pensaba que te habías olvidado de esta humilde tienda, y de un servidor.” –me dijo mientras sonreía.
-“No, es imposible, don Nicolás. He estado atareada.”
-“Me imagino. Se te nota cansada.”
-“Debe ser el tiempo, que está muy inestable.”

Mientras me deshacía del abrigo, y lo colgaba en el perchero, él había vuelto a entrar en la trastienda. Desde allí, pude escuchar el “clic” de la cafetera, mientras tarareaba las últimas notas.

Cuando Don Nicolás apareció con dos tazas humeantes en la mano, yo ya me había sentado en la silla, y estaba mirando un catálogo de productos para poder hacer con lana, cuadros en punto de cruz, bufandas coloridas de lana inglesa.... Cuando él continuó la conversación:

-“¿El tiempo, dices? ¿El ambiental o el tuyo?”
-“¿Cómo?”
-“Sé que no te cojo desprevenida. El tiempo ambiental está frío, el viento que vuelve loco está presente casi todos los días, no hay prácticamente luz... Pero no creo que ese sea el motivo de tu cansancio.”
-“Le aseguro que no estaba tan cansada como quería dar a entender al entrar aquí. Pero creo que la calidez de la tienda, y sus palabras, me hacen quedarme al descubierto.”
-“¿Nadie te ha dicho nunca que tus ojos reflejan a la perfección lo que sientes en cada momento? Lo que dicen de que son el espejo del alma, en ti, jovencita, se cumple.”

Le di un sorbo al café humeante. Don Nicolás había puesto sobre la crema que sobresalía unos polvos marrones de chocolate, que hacían que el café estuviera más sabroso que de costumbre. A pesar de conocer a don Nicolás desde hacía tiempo, todavía me seguía maravillando su manera de observar las cosas, y comprender cualquier cosa que no se dijera.

Y realmente no estaba tan cansada. Las últimas noches habían sido cortas para mí, sí, dándole vueltas a mil ideas y pensamientos que se cruzaban, se entremezclaban, y estallaban. Tal vez los dolores de cabeza de la última semana no ayudaban. Pero estaba perfectamente bien de ánimo... ¿O no?

-“No te voy a preguntar directamente, tú misma decides si quieres contarme algo, o no. ¿Ya sabes que vas a hacer a finales de este mes?
-“Sí, eso sí que lo sé. Llevo casi un año sabiéndolo. Y aunque no será lo que yo había imaginado, creo que será divertido, y en algún modo especial.”
-“No me puedo creer que “doña racional” tuviera los planes marcados ya desde hace un año.”
-“Don Nicolás, no diga eso. Los planes cambian, las personas también. Y era una oportunidad única, que no creo que vuelva a repetir. Sigo haciendo mis planes de un día para otro. No he cambiado tanto.”
-“Ya lo sé, guapa. Pero has cambiado, aunque tú no lo veas.

Nubarrón asomó la cabeza por detrás del mostrador, bostezó y se acercó a los pies de Don Nicolás. Tras recibir una caricia entre las orejas, y escuchar el ronroneo del minino, éste se fue a buscar a su compañero de aventuras a la trastienda. Me dio el tiempo justo de comprender lo que él me había querido decir. Los cambios son evidentes para los demás, que te ven desde una perspectiva externa a ti. Don Nicolás estaba llegando allí donde muchos de mis amigos no habían llegado tras muchas conversaciones. Tal vez era hora de reconocer que comenzaba a sufrir una crisis personal. Que las metas que me había trazado un año atrás, comenzaban a aparecer, o desaparecer; que seguía siendo tan alocada como cuando era una adolescente, y que era incapaz de negarme a nada. Y eso era un acto de cobardía, según mi criterio.

-“No te des mal, preciosa. Doña Pura dice siempre que dios escribe con renglones torcidos. Pero yo creo que las cosas vienen y van, que suceden porque sí. Podemos buscar los propios cambios, y no encontrarlos. Podemos perder la perspectiva de nuestro camino, pero siempre hay algo, o alguien que nos saca adelante, y nos hace ver cual es el siguiente paso. Está de más preocuparse de antemano. Y creía que tú eso lo seguías severamente.”
-“Sí, sí, eso hago.”
-“Entonces, querida, sigue adelante con tus proyectos, si crees que realmente son los que necesitas, si estás decidida a hacer esos cambios, arriésgate. No dejes nunca que otros hagan tu camino. Y sonríe, que te ves bien hermosa.”

Le he comprado dos ovillos de lana a Don Nicolás. Y un par de agujas de hacer punto. Esta noche, al llegar a casa, me he puesto a tejer mi futuro.

La trastienda de Doña Pura


La señora Pura es una mujer pequeñita, de aspecto frágil, manos arrugadas y dedos alargados. El pelo canoso está siempre recogido en un moño alto, que adereza con un lazo de color azul, verde o rojo, dependiendo del día que lleve, o del estado de ánimo con el que se haya levantado. Lleva siempre unas gafas enormes, que únicamente se quita, cuando está cosiendo o tejiendo. Las suele dejar olvidadas sobre la mesa, y se desespera cuando se levanta de su mecedora, y no las encuentra.

Tiene dos pasiones que no oculta. La primera el amor hacia sus dos gatos, ambos recogidos en la calle, y que le hacen sentirse más joven cuando riéndose, les ayuda a desenredarlos de los ovillos de lana que ocupan el espacio del cuartito de atrás. Los bautizó Fango y Nubarrón. El primero estaba lleno de barro cuando lo recogió en el callejón donde tiraban la basura, y le pareció que ese nombre le venía perfecto, ya que después de lavado, seguía siendo de un color marrón oscuro, que se confundía con los bajos de los muebles antiguos. El nombre de Nubarrón fue elegido por un cliente que entró en la tienda, y que al verlo caminar por el suelo, a pequeños saltitos, con todo el pelo grisáceo moviéndose al compás, le pareció gracioso, y lo llamó cariñosamente con “Nubarrón”. A la señora Pura le gustó el nombre, y le preguntó al cliente si podía usarlo para llamarlo así al gatito gris.

La segunda pasión es su marido... Don Nicolás, el dueño de la Tienda de Hilos. Se conocieron hace muchos años, cuando los dos eran jóvenes; ella, solidaria y responsable, quería cambiar el mundo, y éste, decía ella, era de los niños; él, era el ayudante de la biblioteca de su misma facultad, conseguía un pequeño sueldo, que ayudaba en su casa a aguantar hasta el final del mes, y además, se le permitía leer todos los libros que quisiera, y a través de los cuáles aprendió miles de cosas.. Ambos tenían inquietudes similares. Según la señora Pura, fue un auténtico flechazo en ambos sentidos. Don Nicolás se sonríe siempre que la escucha decir eso.

Cuando comencé a visitar la Tienda de Hilos, Don Nicolás me contó cómo consiguió conquistar a la señora Pura. Me decía que no había sido una tarea fácil. Ella se iba a trabajar como profesora a otra ciudad, y él se quedaría allí... Esperándola. Y la esperó. Claro que lo hizo. Los días de Don Nicolás se hacían largos hasta que conseguía hablar con ella por teléfono. Le gustaba escuchar como la señora Pura le contaba lo que había hecho durante el día, cómo había conseguido que sus pequeños monstruitos aprendieran a sumar, y cómo se habían puesto las batas llenas de pintura.

Don Nicolás me confesó que cuando ella hablaba, todo su alrededor se esfumaba. Él cerraba los ojos, y se la imaginaba delante de él, mirándole con esos ojos grises tan grandes, y tan bonitos que tiene. Leía sus labios carnosos, siempre sonrientes, que esconden una dentadura perfectamente blanca. Seguía su entonación, y sonreía cuando mezclaba palabras de su otro idioma en la conversación. Recordaba como ella arrugaba la nariz, cuando se enfadaba o estaba preocupada, y como, con sólo pasarle un dedo por encima de la nariz, de arriba hacia abajo, ella se esforzaba por cambiar su gesto, y sonreírle. Le gustaba la fragilidad que demostraba cuando la señora Pura escondía su rostro entre sus manos y sollozaba en silencio. Don Nicolás la cogía entre sus brazos, y susurrándole al oído, le decía que no se preocupara, que todo saldría bien. Y le encantaba la fortaleza que se empeñaba en mostrar. Su nerviosismo la ayudaba a hacer miles de tareas, que sólo de conocerlas, Don Nicolás, se agotaba.

Y decidió que no podía vivir más sin ella, o con ella en la distancia. Hizo sus maletas, cogió el primer vuelo hacia su ciudad, y tras llamar a la puerta de su casa, espero sonriente, con los brazos alargados, como si fuera el cristo de Brasil.

Don Nicolás se ríe todavía de la reacción que tuvo la señora Pura al abrir la puerta, y encontrarlo allí, de semejante guisa. Me cuenta que se echó a llorar, y que no sabía si abrazarlo, besarlo, o cerrarle la puerta en sus narices.

-“Ella, -me cuenta- no sabía que hubiera hecho cualquier cosa por estar con ella. Y a día de hoy, no me arrepiento de haber dado ese paso.”

Yo miro a Don Nicolás, y lo veo rejuvenecer. Después, cuelo mi mirada hacia la trastienda, y veo como la señora Pura arregla alguna caja con hilos, la coloca sobre una mesa, y saca a Nubarrón de la caja, para dejarlo con suavidad sobre el suelo. Sé que ha escuchado cada palabra de Don Nicolás, pero prefiere hacerle creer que fue su conquista, y acercándose el dedo índice a sus labios, me hace el gesto de callarse, a la vez que me guiña el ojo.

dimanche, octobre 01, 2006

Ciudad del Viento

La Ciudad del Viento es una ciudad normal, con sus calles, sus casas, sus jardines y su gente. La primera aparición de esta ciudad en el mapa, fue hace muchos años, tantos que ni los más viejos del lugar la recuerdan. Sólo el Loco, o Zephyros, el dios del viento que vigila que la ciudad cada día y cada noche, saben que secretos se esconden por los rincones.

Las historias se pueden leer a continuación:

- Encuentro en el jardín botánico

- La metáfora de la vida

- Hipopótamos

- El mendigo del parque

- La colorida tibieza del amor

- La mirada del guante

- Ruido blanco

- Abre el paraguas

- Desmemoriado

- La risa del Loco

- Los hoyuelos de la tristeza

- Las doce de la noche

- Ángel encogido de alas

- Las mareas de un mar enamorado

- La flor de Johann Longevie

- La delicadeza de una vida

- La vuelta de Juan

- ¿Volvemos a empezar?

- Klaus, el gato de los bigotes mágicos

- El insomnio de Juan Maeztu

Tienda de Hilos


La Tienda de Hilos está regentada por Don Nicolás y su mujer Doña Pura. Se trata de una tienda pequeña, de barrio, muy familiar y acogedora. Algunos dicen que cuando entras, se produce una parada en el tiempo. Otros, sienten como por arte de magia, la canción que suena al entrar, es la que tenían en mente los últimos días.

Pero lo más especial es la calidez de Don Nicolás, y su capacidad para ver en el interior de la persona que entra en su tienda.

Las historias están contadas en primera persona. El lector es el que tiene que decidir si son historias reales, o inventiva.

Las historias pueden leerse en el orden que se quiera, aunque el orden de escritura es el que sigue:

- Don Nicolás y la Tienda de Hilos

- Regreso a la Tienda de Hilos

- La respuesta de Don Nicolás

- La trastienda de Doña Pura

- Luces navideñas

- Carta a Don Nicolás

- El juguete de Fango

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