mercredi, juin 27, 2012

La colección de aplausos

Sonaron los últimos aplausos. En las cajas, los actores sonreían entre sí, esperando a que el telón se abriera de nuevo, para saludar de nuevo, entre reverencias al público. La protagonista se acercó a una esquina, y tras mascullar algo, logró sacar de la mano al director de la obra. Al llevarlo al centro del escenario, los demás actores lo rodearon, mientras el público, aún emocionado, aplaudía con mayor intensidad.

El estreno había venido precedido de muchas, y buenas críticas, hecho que había motivado al público a acudir a la noche del estreno, a pesar de ser una ciudad, harta complicada de contentar en relación a la cultura.

Tras las últimas reverencias, el telón cayó de nuevo, a la par que las luces del patio de butacas se encendían, y el público comenzaba a abandonar el teatro. Los actores subieron al primer piso, donde estaban los camerinos, para quitarse ropa y maquillaje, y poder acudir a la cena del estreno.

Pocos minutos después de que el teatro quedara vacío, el escenario era ocupado por una mujer, que arrastraba un carrito. Una bata de color blanco, que dejaba asomar unos vaqueros azules bajo ella, unos zuecos, también blancos, y el pelo recogido, bajo un pañuelo. Dejó el carrito a un lado, recogió un poco el telón, de un lado. Y se dispuso a recoger los aplausos.

Los había de todos los tamaños. Los aplausos pequeños, tirados sobre el escenario, estaban ya quietos; en cambio, otros algo más grandes, permanecían coleteando, como si fueran peces recién pescados, que buscan volver al agua. Los cogía de uno en uno, buscando el mejor sitio para poderlos asir, y dejarlos, con sumo cuidado en dos botes, grandes como papeleras, que contenían las flores que no habían alcanzado el interior del escenario, y que habían sido previamente recogidas en el patio de butacas. Introducía los aplausos entre los pétalos apretados de las flores, y los dejaba reposar. De esta manera, los aplausos revivían, y se endulzaban con la textura sedosa de los pétalos de rosas.

Después, al acabar de limpiar el escenario, vaciaba ambos botes en uno más pequeño y plateado, en donde apretaba cuidadosamente los aplausos y los pétalos de las rosas.

Un tarrito hecho de sueños deshilachados; aquellos que se le escapaban con un suspiro del alma. Cada noche guardaba esos hilillos en el bolsillo del pantalón, y en la última función, de pie, en una esquina, tejía entre sombras, su bote plateado, con los ojos recorriendo todo el escenario, mientras sus manos apoyadas sobre el extremo de la escoba, callaban, al escuchar el vuelo alborotado de su alma sobre el patio de butacas.

vendredi, juin 22, 2012

El alma del árbol

Senderos que no reconocía, lugares vírgenes de toda huella humana, caminos llenos de maleza, por donde la luz juega al escondite. No se escuchaba ningún sonido, ni un piar, ni una hoja, ni un animal ¿Nada era real?

Seguí mi camino, tratando de encontrar algo reconocible. Y lo vi. Majestuoso, se levanta en medio de un claro, nudos en todas sus ramas, heridas en otras, debido a los rayos de las tormentas, musgo en su falda, y hiedra que sube en espiral por su tronco. Se siente lástima por verlo tan solitario, tan cerca de otros árboles, y tan lejano. Tal vez, sus raíces se comunican con los demás árboles, quizás en su tronco, alguna valiente ardilla ha querido construir un nido, y en sus ramas más altas, habiten pájaros de todas las especies.

Me detengo y lo contemplo. A pesar de mi edad, lo recuerdo, siempre ha estado allí, quizás menos frondoso, y menos alto, pero recuerdo cada estría de su tronco, y cada hoja en las ramas más bajas. Era mi árbol. El que abría sus ramas en las noches de estrellas, para dejármelas contemplar, o el que intercalaba las mismas, para hacerme llegar hasta lo más alto, para esconderme; el que, un día me enseñó su dolor, mientras se desangraba en la savia de su tronco, y el que llora hojas en sus días más fríos.

Y lo abracé. Echaba de menos no poder verlo todos los días, todas las noches, hacía tiempo había perdido el camino, y hasta hoy, no lo pude encontrar. Acaricié cada bulto que salía de su corteza, conté las heridas, mientras posaba mi mano sobre ellas. No quería perderme nada de lo que había crecido en ese periodo, quería volver a conocer cada detalle del árbol.

Sabía, que tiempo atrás, había querido erguirse, mantenerse enderezado en aquel despejado espacio, pero había terminado por aceptar su condición nudosa y curvada. No se había rendido, había procurado crecer todo lo máximo posible, alimentándose de los nutrientes de la tierra, del poco agua que le llovía. Hermoso, el árbol se mantiene en pie con toda la fuerza de la que es capaz, satisfecho de sí mismo, por haber crecido en aquel claro. 

Algunas veces, se le escapa decir que le gustaría que algún leñador llegara y terminara con su bella fealdad, pero la interpretación única que se saca, es que sólo desea que algún otro árbol sea igual de feliz que él en aquel lugar.

Y yo, le agradezco, que me haya permitido volver a encontrarlo. En mis sueños.

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lundi, juin 18, 2012

Álvaro

Álvaro tiene la mirada triste. Lleva días así. Su mamá le pregunta que le pasa, pero él se limita a subir los hombros, y a decir nada.
Tiene una amiga muy guapa, que lleva siempre coletas. Le faltan dos dientes, pero incluso sin esos dos dientes, tiene una sonrisa maravillosa. Álvaro suele ir a merendar a casa de su amiga Teresita.

Hace dos días, mientras la mamá de Teresita estaba untando la mantequilla en el pan, y preparando los “cola-caos”, Álvaro le susurró a Teresita que era muy guapa. Ella sonrió, y le dio un beso en la punta de la nariz.

Álvaro se sintió muy bien, y no le importó que luego, Teresita, cogiera una de sus coletas, y como si fuera un pincel, le hiciera cosquillas en la cara.

En clase es distinto. Allí los niños insultan a Álvaro porque no es como ellos. Teresita no dice nada. Se sienta dos filas más adelante, lo único que hace es girarse, y sonreírle.

Álvaro escribe y pinta. Escribe poemas sin rimas, diciéndole a Teresita lo mucho que la quiere, y pinta dibujos de Teresita, sin sus dos dientes, pero con su enorme sonrisa.

Teresita acepta sus regalos. Y le acompaña a casa todas las tardes.

Las amigas de Teresita le dicen que no se acerque a Álvaro.

-“¿Porqué?”, pregunta ella.

Le dan razones sin razón. Pero Teresita se separa de Álvaro. Y éste ya no va a tomarse sus cola-caos a casa de Teresita.

Álvaro se queda triste, con su bufanda atada al cuello, y su gorra roja en la mano, esperando que Teresita lo vea, y vaya con él a casa.

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